Las historias de Ángela Santos, estudiante de Psicología en Buenos Aires
Episodio 2
Ángela acababa de aceptar su próximo viaje. La señora se llamaba Nilda Morales y estaba a 2 km de donde estaba Ángela. El trabajo era fantástico y le permitía a Ángela ganar un poco de dinero para financiar sus estudios y ayudarles a sus padres en esa época de crisis. Los clientes marcaban en la aplicación del teléfono móvil adónde querían viajar y la aplicación les buscaba el coche más cercano. El pago se hacía con tarjeta de crédito, así que Ángela no tenía que llevar dinero en su coche, su precioso Smart blanco, ideal para moverse por la ciudad de Buenos Aires.
Eran las cuatro de la tarde y Ángela estaba llegando a la Avenida San Martín, en Villa Crespo y pudo ver a una señora mayor, muy elegante, vestida con una falda azul y una chaqueta blanca, que estaba mirando la calle, probablemente esperándola a Ángela. Ángela detuvo su coche y estiró el brazo para abrir la puerta derecha del Smart.
-Buenos días, señora, saludó sonriente.
-Buenos días. Muchas gracias, señorita. ¿Es usted Ángela Santos?
-Sí, soy yo, contestó Ángela cortésmente.
La señora, de unos setenta y cinco años, se sentó en el asiento de acompañante.
-Es la segunda o tercera vez que uso este servicio. Discúlpeme si no sé bien qué tengo que hacer ahora.
-No tiene que hacer nada, señora. Usted ya había indicado que quería viajar al ex Hospital Francés de la calle La Rioja, en Boedo. ¿Es correcto?
-Sí, lo es. Lamentablemente lo es, suspiró la señora con tristeza en la voz.
Ángela la miró de reojo, pero no dijo nada. Siempre dejaba que la gente le contara, pero solo si quería. A ella no le gustaba preguntar, porque no quería molestar a sus pasajeros. Ella tenía un alto grado de empatía con las personas y, generalmente, la gente le contaba todo a ella. También si no la conocían.
-Mi marido está en el hospital en este momento, comenzó a contar la señora. Está allí desde hace dos días. Yo todavía no lo puedo creer, dijo la mujer y su voz se quebraba mientras hablaba.
Ángela tomó el paquete de pañuelos que estaba en la guantera y se lo dio a la mujer.
-Lo lamento mucho, dijo.
-Mi marido y yo llevamos casados cincuenta y dos años. Imagínese… Tenemos cuatro hijos. Dos de ellos, Susana y Federico, viven en Europa, en Francia, Carlos vive en Estados Unidos y nuestra hija Marta vive acá, en Buenos Aires. Mi marido tuvo un ACV hace dos días. Es bastante grave y no sé cómo hacer para estar sin él. Todos los días voy al hospital por la tarde, mi hija va por la mañana y tenemos amigos que nos ayudan y se quedan con él también por la noche, para que nunca esté solo.
Ángela conducía tranquilamente por las calles de la ciudad y podía imaginar perfectamente a esa pareja de ancianos, viviendo juntos tanto tiempo, con una hermosa familia que vivía repartida por todo el mundo, como su propia familia. Ángela tenía dos hermanas, Viviana y Daniela, las dos vivían en Europa. Viviana, en Suecia, con su marido y sus hijos y Daniela en Francia. Estaba haciendo su máster en Comunicación.
En ese momento sonó el teléfono móvil de Nilda Morales y ella atendió. Ángela podía notar la tensión del ambiente. Nilda escuchaba atentamente lo que la persona le decía.
-Muchas gracias, doctora. Muchas gracias. Le agradezco inmensamente. Yo llego al hospital en…
-Quince minutos, le dijo Ángela rápidamente.
-Quince minutos, doctora…. Sí. Claro. Cómo no. Voy a ir directamente a la habitación de mi marido entonces. Sí…. Muchas gracias y hasta enseguida.
Ángela sintió una gran alegría, sin saber bien por qué se alegraba tanto, porque no conocía a Nilda Morales, pero sentía que aquí había pasado algo bueno. Una buena noticia que alegró mucho a Nilda.
-Parece que mi marido está muchísimo mejor. La doctora acaba de contarme que salió de la terapia intensiva y que yo podía ir a verlo a su habitación.
Estaban esperando delante de un semáforo rojo. Ángela miró a su pasajera, que estaba feliz y sonreía de oreja a oreja, y se sintió agradecida por tener este trabajo, que empezó por una necesidad de ganar dinero y se estaba convirtiendo en una forma de vida.
Antes de bajarse del Smart blanco, Nilda Morales abrazó a Ángela y se dieron un beso en la mejilla.
-Gracias. Gracias por escucharme y por estar aquí en este momento.
-Con mucho gusto, señora. Le deseo todo lo mejor a usted y a su hermosa familia.