Podcast para practicar español: Ángela Santos – episodio 6-2020
Episodio 6/2020
Ángela estaba en la verdulería de doña Ramira, a la vuelta de su casa. Le encantaba comprar frutas y verduras frescas y claro, como la mayoría de los argentinos, compraba todo en las tiendas del barrio. Primero porque la calidad era muchísimo mejor que en los supermercados y, segundo, porque le encantaba el trato personal con los vendedores. Todos sabían cómo se llamaba cada uno de los clientes, conocían los datos más importantes como, por ejemplo, qué hacía Ángela, sabían que era estudiante de Psicología, que había estado en Europa, que sus padres eran mayores pero estaban sanos, que tenía dos hermanas que vivían en Europa, bla, bla, bla. Eso era totalmente normal.
Cuando Ángela hacía las compras, charlaba con doña Ramira. Por eso, Ángela sabía mucho de la vida de ella también. Sabía que tenía dos hijas de cuarentitantos años, que era abuela y que estaba orgullosísima de serlo, que era italiana de segunda generación, que tenía el pasaporte italiano pero nunca había pensado en emigrar al país de sus ancestros. Todas esas cosas.
No nos olvidemos de un detalle muy importante: Tanto Ángela como doña Ramira tenían puesto el tapabocas obligatorio en tiempos de Covid 19. Ángela tenía uno que le había hecho Inés, su mamá, que era divino. Con un estampado de leopardo. Le combinaba a la perfección con su camiseta marrón, su chaqueta color beige y los pantalones negros. A Ángela le encantaba vestirse con un estilo deportivo – elegante. Hasta combinaba el tapabocas con su vestimenta
—Buen día, doña Ramira. ¿Cómo está?
—Buen día, Ángela. Muy bien, gracias. ¿Vos qué tal? ¿Cómo están tus padres? Espero que estén todos sanitos. Qué situación esta que estamos viviendo, ¿no te parece?
—Y sí, doña Ramira, fácil no es. No le voy a mentir. Yo estoy ayudando mucho como voluntaria y compro medicamentos para personas mayores, también les hago la compra de la semana, me gusta ser útil y hay mucha gente que necesita ayuda porque no puede salir de sus casas.
—Vos siempre tan buena, Ángela. ¿Qué te doy hoy?
—Quería llevar papas, tomates, zapallitos, también unas berenjenas y algo de fruta.
—Cómo no. Ya mismo preparo todo.
En ese momento sonó el teléfono. Era Gustavo Andrade. Ángela lo había conocido el año pasado, porque él había hecho un viaje en su “taxi”. Era uno de los pocos hombres que le había pedido el número de teléfono y Ángela no se lo había dado. Pero como es la vida con sus idas y vueltas, los dos se habían vuelto a encontrar meses más tarde en la Feria Rural, en una exposición de fotografía, porque Gustavo era fotógrafo y Ángela había ido a la exposición con su amiga Carolina. En esa ocasión Ángela le dio el número de teléfono a Gustavo.
—Gustavo, qué sorpresa, dijo Ángela, que no sabía muy bien por qué se alegraba tanto por la llamada. ¿Cómo estás, tanto tiempo?
—Bien, Ángela. Tengo ganas de verte para charlar, pero no es posible actualmente. Espero que estés bien y tu familia también.
—Por suerte, sí. Vos también, espero.
—Todos bien. Pero actualmente no puedo trabajar, claro. Tengo que reinventarme. Imaginate, como fotógrafo en esta época… no es nada fácil. Pero estoy pensando en distintas ideas. A ver qué hago. Si tenés ganas, podemos encontrarnos para hablar por Zoom. ¿Te parece?
—Con muchísimo gusto, Gustavo. ¿Cuándo?
—Lo antes posible. ¿Hoy a las ocho de la noche?
—Dale.
—Te mando los datos de la reunión por Whatsapp.
Y Ángela colgó el teléfono.
—Acá esta todo, querida, escuchó Ángela. Y la verdad que en el primer momento no sabía ni bien dónde estaba, tan absorta estaba en la conversación con Gustavo y en la sorpresa por tener noticias de él.
Ángela pagó todo, se despidió de doña Ramira, tomó la bolsa con las compras y salió muy sonriente de la verdulería, un poco como flotando en una nube.
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