Aprender español con historias: Las historias de Ángela Santos – episodio 1-2020

Las historias de Ángela Santos, estudiante de Psicología en Buenos Aires

Episodio 1/2020

Ángela se desperezó, bostezó, estiró las piernas y los brazos, abrió los ojos y, en primer lugar, se asustó un poco, porque no podía recordar dónde estaba. Una habitación muy limia y ordenada, una sala, toda decorada en tonos de blanco y crema…

Un segundo después lo recordó: estaba en la casa de una amiga de su madre, Cristina, que vivía muy cerca de la ciudad alemana de Dusseldorf.

Era enero y una amiga de Ángela, Francisca, le había preguntado si quería viajar con ella unas semanas a Europa. Y como Ángela había terminado sus últimos exámenes universitarios y estaba lista con sus estudios, pensó: ¿Por qué no?

Ángela hablaba muy bien inglés, pero no hablaba ni una sola palabra de alemán. Pero no era muy trágico, porque según su amiga Francisca, todo el mundo hablaba inglés en Alemania y no tendrían ningún problema para comunicarse. Además, había varios argentinos viviendo en Europa, así que las dos chicas podrían quedarse en casas de amigas y conocer el viejo mundo. Bueno, Ángela ya había estado un par de veces, Francisca también, pero un viaje así era excelente como culminación de los estudios y antes de comenzar la vida de adulto propiamente dicha, con un trabajo, formar una familia quizás, etcétera, etcétera.

Francisca ya estaba en el baño, duchándose. Ángela escuchaba el agua de la ducha. En ese momento apareció Cristina, la amiga de Inés, la madre de Ángela, y la saludó:

—Buenos días, Ángela, ¿cómo dormiste?

Se acercó al sofá cama en el que estaba Ángela y le dio un beso en una mejilla.

—Súperbien, Cris, este sofá cama es comodísimo. ¿Y vos?

—Yo siempre duermo bien, gracias, querida. Voy a preparar un desayuno rápido y después salimos a recorrer esta preciosa ciudad. Quiero mostrarles el río Rin, la tranquilidad de las calles, el casco antiguo de Dusseldorf, el puerto de medios con los edificios de Gehry, la famosa Königsallee y mucho más. No van a poder creer lo ordenado que es todo acá.

—Excelente. Tengo muchas ganas de conocer, contestó Ángela.

—¿Cuánto tiempo se quieren quedar? ¿Ya lo pensaron?, le preguntó Cristina.

—Tres días, creo. Después queríamos ir a Múnich, Hamburgo, algunas otras ciudades alemanas, antes de seguir viaje a los Países Bajos, Francia, quizás España… vamos a ver. No estamos seguras todavía. Va a ser un viaje bastante improvisado.

—Los viajes improvisados son los mejores, dijo Cristina, que ya estaba preparando la mesa del desayuno, con tostadas, jamón y queso, pancitos frescos que acababa de comprar después de su caminata diaria de media hora por lo menos, varias mermeladas y yogures.

—Buen día, Cristina, hola Ángela, ¿qué tal durmieron?, preguntó Francisca al salir del baño.

—Hmmm, qué delicioso olor a café recién hecho. Me encanta.

—Me alegra, querida. Las dos dormimos fantásticamente bien. Espero que vos hayas dormido bien también, le dijo amablemente Cristina.

—Sí, muy, muy bien. Ese sofá cama es genial, siguió Francisca.

Las tres mujeres desayunaron con toda tranquilidad y después de levantar la mesa y guardar todo, se pusieron en camino rumbo a la ciudad de Dusseldorf. Tomaron el tranvía, que era un medio de transporte comodísimo, aunque relativamente caro. Pero así no tenían que aparcar el coche y tenían total libertad para pasear de acá para allá y recorrer toda la ciudad. Pasaron unos días fenomenales visitando la ciudad y sus atracciones y Ángela estaba muy feliz, porque de ese modo podía descansar un poco, cambiar de ideas, enfocarse en sí misma y pensar qué haría de su vida en el futuro. Le parecía importante dejarse llevar un poco por la corriente de la vida y ver qué oportunidades se le presentarían.

¿Quién sabe?

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