Las historias de Ángela Santos, estudiante de Psicología en Buenos Aires
Episodio 7/2020
Era julio, el 10 de julio, un viernes en la ciudad de Buenos Aires. Pleno invierno, muchísimo frío. Para colmo de males, había mucha humedad y por eso parecía más frío aún.
Ángela acababa de hablar por teléfono con Gustavo. En esta época que estaba viviendo el planeta, Gustavo y Ángela se estaban acercando. Habían empezado a escribirse por whatsapp y cada tanto hacían charlas por zoom.
Los dos estaban intentando encontrar soluciones para sobrevivir al confinamiento.
En Buenos Aires, la gente no tenía permitido salir de las casas. Había que conseguir un permiso y el que no lo tenía, no podía salir. Y si salía y lo detenían, las multas eran muy altas. Muchísima gente había cerrado sus tiendas, ya no podía trabajar, nadie sabía bien cómo terminaría toda esa situación.
Sin embargo, siempre había gente que tenía ideas geniales con las que hasta podía ganar dinero en momentos como aquel. Por ejemplo, Ángela había escuchado que un colombiano, Sebastián González, que llevaba diez años creando experiencias en el sector de entretenimiento de Bogotá y cuya empresa era socia de un grupo que tenía varias discotecas, se dio cuenta de que las discotecas y los bares no abrirían por muchísimo tiempo a causa de la pandemia, así que tuvo la genial idea de organizar fiestas por Zoom para quinientas (500) personas.
Cuando lo entrevistó BBC Mundo, él dijo que observó que mucha gente estaba sola en su casa y quería buscar una forma de entretenerse y de pasar el tiempo.
—¿Te das cuenta, Gustavo?, le preguntó Ángela mientras tomaba un sorbo del mate que se acababa de preparar.
—Sí, corazón. Pero, ¿qué es lo que yo puedo hacer? Esa información es muy valiosa, no digo que no. Pero yo soy fotógrafo, Ángela. No tengo una discoteca ni nada parecido. No puedo sacar fotos por Zoom… no hay bodas, no hay fiestas de quince, no hay ni siquiera cumpleaños. No puedo trabajar.
—Ya lo sé, ya lo sé, Gustavo. Pero por favor, no te desesperes. Vamos a hacer una lluvia de ideas y ya se nos va a ocurrir alguna idea, o muchas. ¿Y si ofrecés clases de fotografía online?
Esa idea me encanta. O algo completamente diferente, algo que no tenga nada que ver con la fotografía. Al menos mientras no puedas salir de casa, mientras dure esta fase de confinamiento tan rígido.
—Hm… sí, voy a tener que pensar en algo… la cuestión es quedarse tranquilo y no desesperarse. Porque eso no es bueno para nadie y no van a surgir las ideas si estoy desesperado. Eso lo sé. Puedo pensar en algo con lo que pueda ayudar a otros. Como todas las cosas que hacés vos y no cobrás…
—Bueno, pero hay que decir que yo estoy en otra situación. Pensando si seguir estudiando, hacer mi doctorado, es otra situación que la tuya, Gustavo.
Por eso puedo tomarme mi tiempo para pensar tranquilamente qué quiero hacer. Y como psicóloga, siempre voy a tener trabajo, se sonrió Ángela. Las personas siempre van a necesitar apoyo y ayuda. Y también eso actualmente se está haciendo de forma virtual.
—Veremos, cariño. Por ahora, tengo cada día más ganas de verte. No puedo creer que no podamos tomarnos un cafecito y charlar en persona. Pero hablando acá con vos se me está ocurriendo una idea…no está tan mal eso de las clases de fotografía en línea. A ver si sigo pensando en eso.
—Bueno, yo tengo que dejarte, porque en un ratito voy a hacer unas compras. Hablemos pronto, corazón, le dijo Ángela.
—Hasta muy pronto. No veo la hora de que nos tomemos ese café que me prometiste hace un millón de años, le dijo Gustavo.
Y se despidieron con una sonrisa y con la idea de volver a hablar en muy poco tiempo.
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Las historias de Ángela Santos_7-2020